Peregrinando

Peregrino: Dicho de una persona: Que anda por tierras extrañas.

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Nombre: Tano
Ubicación: Las Condes, Santiago, Chile

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martes, junio 12, 2007

Consejos para viajar en África

El huésped es una bendición. Tenemos la noción que viajar, sobre todo en culturas diferentes a la nuestra, es una actividad que puede ser arriesgada. Aunque esto suene un poco a romanticismo trasnochado, tenemos que decir que en África el ir a visitar a una familia y “honrarla” con la presencia de uno puede ser una de las experiencias más gratificantes y profundas ya que es en esos momentos cuando se conoce de verdad el carácter de la gente, su afabilidad, sus costumbres, los miles de cosas que nos separan y nos unen. El salir de viaje muchas veces implica entrar en hogares “extraños” que dejan de serlo al poco tiempo. La hospitalidad es sagrada y cualquier familia hará lo imposible para poder ofrecer una simple comida, o un puñado de cacahuetes y té humeante, si es que no tienen otra cosa. El ser forastero no es un pecado, y aquí te hacen comprender eso. Una buena lección para nuestros “civilizados continentes” donde se levantan barreras y obstáculos para tener a raya a los extranjeros, como si la nacionalidad y la procedencia fuera lo que realmente importa a la hora de convivir.

Cada estación tiene su “pequeño inconveniente”. Durante la época seca, será el polvo quien te acompañe de manera más permanente e invariable. Ocupará todo el espacio libre en tu coche, en tu maletero y en tu bolsa de viaje. La ducha del final del día te mostrará gráficamente hasta qué punto entra en tu físico y se convierte en un verdadero fastidio. La parte buena es que, aparte del polvo, los caminos suelen estar firmes y más transitables. La estación de las lluvias es mucho más llevadera en términos de clima y de frescor, lo cual siempre se agradece, pero es un verdadero calvario si quieres moverte. Los caminos estarán llenos de charcos, algunos de ellos considerablemente profundos y con puntos realmente difíciles de pasar debido al barro acumulado y su textura escurridiza. Ante tal perspectiva, los viajes se alargan e incluso hacer una pequeña distancia se puede convertir en toda una proeza debido a los obstáculos que uno encuentra en el camino.

El camino más corto no siempre es el más rápido. Sobre todo si en el medio de ese camino corto hay un barrizal de los que llaman aquí de “tierra de algodón negra” que para hacer una similitud sería como una cantidad inmensa de jabón en la calzada, la cual hace que el coche patine, se vaya para los lados y por desgracia para muchos de los viajeros, se vaya también para abajo y se adentre en el lodo… a veces el salir del lodazal puede ser una penosa tarea de casi horas.

El camino también es la meta (o “no hagas demasiados planes”). Quien esté acostumbrado a planear meticulosamente sus viajes, y quiera tener todo bajo control pasará verdaderos malos ratos en África. Más que centrarse en “la meta”, cuánto se tardará en llegar y demás detalles, uno se tiene que hacer a la idea que el simple hecho de viajar es ya estar llegando… y si es posible hay que disfrutar ese proceso, relajarse y “vivir el ahora” sin angustiarse por el “todavía nos queda una barbaridad”. Este es un consejo para evitar el “estrés del viajero”, que por estos lares casi siempre afecta a personas de piel blanca, consumidores de ropa del “Coronel Tapiocca” y otras tiendas similares y oriundos de países punteros en su infraestructura nacional de transportes.

No te fíes de cifras y estimaciones “de experimentados viajeros”. Las distancias sobre todo si te las dan “en horas” son de lo más engañoso… en este viaje sin ir mas lejos, el llegar a un sitio que me habían dicho que se llega “en 30 minutos” me costó casi dos horitas. Mejor no tomar las distancias en serio… al final lo que tiene uno que creerse es solamente la cifra del cuentakilómetros, todo el resto es especulación. Al mismo tiempo, en el camino es donde se descubre que “cerca” o “lejos” son adjetivos que tienen un componente muy importante de subjetividad y relatividad. Mi “cerca” no tiene nada que ver con el del vecino y eso hay que aceptarlo.

Disfruta el paisaje. Creo que viajar por África tal como lo estoy haciendo, en coche y con un ritmo moderado es un privilegio maravilloso, ya que te ayuda a tomar el pulso de la población. Uno ve la diferencia entre el campo y la ciudad, las dificultades para hacer posible que una escuela rural cumpla con sus horarios y con su cometido social, el escandaloso hecho que un dispensario rural no cuente ni con el equipo más básico… y al mismo tiempo el heroísmo de tantas personas que son capaces de salir adelante con su pequeña huertita de maíz, sus tomates y sus verduras. El viajar así es un baño de realidad, un tomar la tensión de la sociedad que tenemos alrededor y de los problemas que la acosan.

Eres el centro de atención, mal que te pese. En muchos pueblos no es normal que un blanco pase por ahí con un coche y menos aún que se pare en un quiosco rural a comprar un refresco o una fruta. Hay que acostumbrarse al hecho que cientos de ojos curiosos se posen sobre ti, comenzando por los niños y siguiendo por los curiosos que no faltan en ningún pueblo del mundo. Tus movimientos son controlados, la gente cuchichea o sonríe al hilo de tus reacciones y miden cada una de tus palabras y gestos. Más vale no molestarse por esto, porque si no llevará uno las de perder y comenzará a sulfurarse y a desear mandar a todo el mundo a que se ocupe de nuevo de sus asuntos. Pero lo curioso de la cosa es que parte de “sus asuntos” es ese blanco pintoresco y extraño que se acaba de bajar del coche…

Como diría el torero, hay gente “pa tó”. En el camino te encuentras de todo, desde el funcionario o policía que no para hasta encontrarte un fallo por el cual “perdonarte” (para que le des algo y no te multe, claro) hasta la señora que se compadece de ti y te ofrece una pieza de fruta para que sobrelleves los sinsabores del camino. Y luego están los que no te hacen ni bien ni mal, pero te saludan cordialmente por el camino como un hermano al que encuentras en el camino; este tipo de personas te hacen creer que al fin y al cabo, hay por el mundo mucha más gente buena de lo que nos pensamos.

No hay bares de carretera. El viajar por África supone también el moverse entre puntos a veces considerablemente distantes y aislados. Puede ser que uno pase periodos bastante prolongados sin ver un alma… y ¿qué pasa si se le malogra algo al coche y deja de funcionar? Huelga decir que no hay cobertura para móviles ni se puede llamar a la Ayuda en Carretera. Si la cosa puede arreglarse in situ y el conductor se las arregla también en términos mecánicos, miel sobre hojuelas, pero si no, hay que armarse de paciencia y esperar a que pase el próximo coche en una dirección u otra. La espera puede llegar a alargarse en ciertos casos, ya que algunas carreteras no son tan transitadas puesto que los locales no tienen el privilegio de tener los medios de comunicación que algunos afortunados tenemos… por tanto, uno tiene que proveer para cualquier contingencia: agua, algo de alimento, fruta, un botiquín de primeros auxilios, protección contra el sol… todo esto es algo que si uno mismo no lo procura, en la carretera posiblemente no lo vas a encontrar y menos aún lo vas a poder comprar en cualquier kiosquito, por lo que más vale ser prevenido, no vaya a ser que lo pagues con una deshidratación, un desmayo o un buen susto de cualquier calibre.

Paciencia, paciencia, paciencia. Alguien dijo que, cuando Dios creó el mundo y decidió repartir sus dones entre los diferentes pueblos, al africano le dio todo el tiempo del mundo y al blanco… le dio el reloj. Por eso, desde tiempos inmemorables, la imagen típica del blanco es de ese señor que se cabrea y grita mientras su dedo índice tamborilea en la pantalla de su reloj la melodía de la desesperación. Lo que para unos es evidente, para otros no lo es. Un simple trámite en la carretera puede llevar interminables minutos e incluso horas. La espera a algún funcionario que ponga un sello en un permiso de viaje puede ser tan prolongada como la de una lista de espera de la Seguridad Social. Ante esto, tranquilidad y buenos alimentos y sobre todo, no perder la compostura. No sé cómo será en otros continentes, pero en África se lleva muy mal el gritar a alguien y ningunear al responsable de una oficina o departamento.

Siempre mejor una pista de tierra decente que un asfalto lleno de agujeros. Cuando uno conduce, en pocos segundos puedes verte en la cuneta (si la hay) o empotrado en un árbol. No pocas veces pasa esto cuando uno se confía y se encuentra en la carretera baches enormes tirando más a socavón que a otra cosa. Esto por desgracia es mucho más frecuente en carreteras otrora buenas pero que no han tenido el suficiente mantenimiento en los últimos años y están tan agujereadas como un queso roquefort. En esta situación, tales caminos son verdaderos laberintos por donde uno tiene que encontrar el paso para que los neumáticos no se te queden metidos dentro… es todo un ejercicio de malabarismo en el cual, como dé uno un volantazo de más… puedes terminar de mala manera.

La prudencia, que no falte. Aparte de aquello que “donde fueres, haz lo que vieres”, creo que es necesario que todo viajero que venga por estos lares eche en su mochila una buena dosis de prudencia. Es muy fácil caer en el recurrente tópico de “esta gente no entiende…” o “si tuvieran una mente más abierta” y pontificar sobre los males endémicos del subdesarrollo, de las cosas que esta gente necesita o de lo que adolece… creo que, para comprender costumbres, hábitos y actitudes, hay que caminar en los mocasines de los locales por lo menos una luna, como dice el proverbio indio. Es por esto que al principio se aconseja encarecidamente aquello tan difícil de “ver, oír y callar”. Quizás, después de este primer periodo, ciertas cosas que al principio llamaron la atención luego no lo hagan tanto e incluso las comprendamos perfectamente.

Policías y ladrones, hermanos de similar cofradía. En estos países donde la lacra de la corrupción sigue imperando, uno no sabe si es mejor caer en las manos de un ladrón honrado o en la de un policía sin escrúpulos. Mejor ir con cuidado y evitar ambas especies sociales cuanto más mejor. Esto se consigue abriendo los ojos, intentando no llamar la atención y sabiendo dónde y cómo esquivar sus amenazas. Si uno tiene que cabrearse, mejor que no sea con los de uniforme ya que su prepotencia y la posibilidad de hacerte pasar uno de los peores días de tu vida en una comisaría de policía les da una ventaja abismal. A lo mejor te sales con la tuya, pero si te llevan al cuartelillo te han arruinado la jornada viajera de hoy o a lo mejor te estropean casi todo tu plan de viaje… bien empleado, porque uno de los primeros mandamientos de esta serie de blogs era no hacer demasiados planes ni dejarse determinar por ellos.

Cuidadín con cabras, ovejas, gallinas (por este orden) y con cualquier bicho viviente. Es curioso que especialmente las cabras campan por sus fueros en África sin ningún control, aparentemente sin dueño ni perrito que les ladre. Eso sí, si uno tiene la verdadera desgracia de que uno de estos libres y desaforados animalitos termine en las ruedas o el parachoques de tu coche, entonces estás apañado… porque seguro que de la nada aparecerá un enfurecido señor o señora que inmediatamente te culpará por la acción (sin haberla visto, claro) y te pondrá muy claro que él o ella son los dueños legítimos del animal caprino, ovino o galliforme que precisamente estaba destinado para dar de comer a la parentela en el funeral de tal o cual persona y que por tanto tiene que compensar a la familia por tan sensible pérdida económica y la ira irá in crescendo mientras uno no apoquine una cantidad que probablemente será el doble o el triple de lo que se pagaría por tal animalito en el mercado. El pobre animalito vivía en una anarquía y descontrol totales cuando vivía, pero ahora que ha muerto, se multiplican los dueños… y todos dicen que estaban cuidando de él hasta minutos antes que “se escapara a la carretera”. Lo mismo que hay leyendas urbanas, aquí ésta forma parte de las leyendas rurales más típicas.