Peregrinando

Peregrino: Dicho de una persona: Que anda por tierras extrañas.

Mi foto
Nombre: Tano
Ubicación: Las Condes, Santiago, Chile

Fotolog

viernes, mayo 11, 2007

Joyce, la que volvió del infierno

En el Norte de Uganda la guerrilla del LRA ha secuestrado durante los últimos diez años más de 30.000 niños y niñas. Hay familias enteras rotas de dolor por haber perdido a la mayor parte de sus hijos. Algo más de la mitad han regresado, todos ellos profundamente traumatizados por haber sido sometido a toda clase de abusos y sobre todo por haber sido obligados a ser niños soldado y matar de las formas más crueles. Muchos de ellos han muerto. Miles de padres siguen sin saber nada sobre el paradero de sus pequeños, y probablemente no lleguen nunca a enterarse de qué ocurrió con ellos.

Durante estos años casi todas las semanas decenas, a veces centenares, de ellos, conseguían escapar, sobre todo durante combates entre la guerrilla y el ejército, pero desde que en Agosto del año pasado ambas partes firmaran un acuerdo de alto el fuego durante las conversaciones de paz que siguen en curso en Juba (Sur de Sudán) no ha vuelto nadie más. El antiguo jefe humanitario de Naciones Unidas Jan Egeland pidió dos veces a los jefes guerrilleros en su base de Garamba (República Democrática del Congo) que pusiera en libertad a los niños aún en su poder, algo a lo que el líder del LRA Joseph Pony se negó en redondo, alegando cínicamente que entre sus soldados sólo tenían combatientes, y que los niños que están entre sus filas son “sus familiares”.

Pero la semana pasada Joyce consiguió escapar. El pasado 1 de mayo un grupo de unos 40 rebeldes que no aceptan las conversaciones de paz entró en Uganda, y a pocos kilómetros de Nimule, en la frontera con Sudán, tendió una emboscada a tres camiones y tras matar a sus siete ocupantes los jóvenes guerrilleros prendieron fuego a los vehículos. Durante el tiroteo Joyce se escapó con su hijo de tres años. Secuestrada hace diez años en la parroquia de Omiya-Anyima, donde yo trabajé de 1991 al 2000, aún me acuerdo de ella cuando acudía con el grupo de catecúmenos en la preparación para el bautismo. Tendría unos 13 años cuando fue secuestrada.

Tras escapar con su niño, Joyce deambuló por el bosque durante nueve días. Tras una marcha de unos 150 kilómetros, apareció en la ciudad de Kitgum, donde fue recogida por los combonianos de la misión católica. Ayer me llamó uno de ellos, mi amigo Tarcisio para contármelo con gran alegría. Ojalá hubiera podido volar los 500 kilómetros que me separan de ella para poder verla y abrazarla. Pensé, sobre todo en sus padres, que la creían muerta y para los cuales es como si su hija hubiera vuelto a nacer. Pensé también en los enormes problemas a los que estas víctimas inocentes se tienen que enfrentar cuando regresan a sus hogares, rotos y traumatizados, con serios problemas de salud tras haber sido sometidos a todo tipo de vejaciones. Heridas de bala, infecciones, problemas de columna y fuertes dolores de pecho por haber sido obligados a cargar con pesados fardos en marchas interminables por la selva. Pesadillas nocturnas al recordar las atrocidades que les obligaron a cometer. En el caso de las niñas, además de todo esto, tienen el trauma añadido de haber sido obligadas a ser esclavas sexuales de los comandantes.

Pienso en Joyce y en tantos otros niños y niñas soldado, y al mismo tiempo que me alegro no puedo evitar un sentimiento de profunda pena al recordar otros casos similares. Sus problemas no terminan con el regreso a casa. A veces, después de tantos años de brutalidad no se adaptan a las nuevas circunstancias, intentan estudiar y tienen que abandonar el colegio por falta de medios, perciben sentimientos de rechazo en ellos y en los bebés que han dado a luz durante su estancia con la guerrilla y con los que regresan, y en muchos casos terminan engrosando las filas de los desocupados que malviven en los miserables arrabales de las ciudades.

Ojalá que este no sea el caso de Joyce y de su pequeño y pueda rehacer su vida. Ella y tantos otros miles que han caído en el olvido del mundo.